[Salteu a la versió en català.]
La actualidad política está menguando la visión de algunas personas. Centrados en cuestiones ideológicas de cariz local —si se compara con el resto del mundo— se está perdiendo criterio. Veo, escucho, leo acerca de la pugna desatada entre España y Cataluña. No quiero menospreciar lo que está pasando, que me parece un ataque aberrante contra la libertad de expresión e identidad del pueblo catalán, sino que apunto que determinadas cuestiones no cieguen nuestra capacidad de crítica para con otros asuntos que son de índole —considero— muy denunciables.
Las agresiones llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad el pasado uno de octubre, esas cargas contra la población civil en actitud pacífica, son una deplorable imagen y una ventana a la vergüenza de lo que el ser humano es capaz de hacer por cuestiones de poder. Sin lugar a dudas, la represión y la violencia brutales que se ejerció contra gente que lo único que pretendía era ejercer su derecho a expresarse, supondrán una mancha en la historia, no ya de estos países, sino del mundo entero. Sin embargo, la cuestión política no debería copar el relato de la actualidad, porque mientras aquí se discute sobre cuáles son las opciones de regreso del presidente de la Generalitat exiliado en Bruselas y se organiza un despliegue policial para abrir maleteros —no voy a incidir en lo absurdo de la operación—, el mundo continúa abandonado en otras guerras e injusticias. Me gustaría que todos aquellos que se empeñan en destacar el crucial papel de algunos dirigentes políticos durante el proceso de independencia catalán y los elevan a héroes con marcadas analogías con los personajes mitológicos —y que no niego— dedicaran sus reflexiones, escritos, ponencias… también a todos esos otros héroes que se embarcan en una patera con su mujer embarazada y su hijo pequeño en busca de una vida mejor, huyendo de guerras y de la más absoluta de las miserias. Que alabaran a esas heroínas que claman por ser libres, poder estudiar en una escuela, decidir con quién casarse, pensar de manera crítica, acceder a la esfera pública sin que ello les cueste la vida. Que elogiaran a esos héroes que se juegan la vida en una valla metálica. Que reconocieran a esa madre que llega a fin de mes con apenas 300 € de ayuda y mantiene a dos hijos; que escribieran sobre esos jóvenes que se manifiestan para asegurar una educación pública a los que vendrán, que aplaudieran a esos voluntarios que se organizan para evitar que a la gente la echen de sus casas; que vitorearan a esa pareja que acoge en su casa a unos hermanos refugiados y los cuida como hijos, que loaran a esos mayores que con una pensión mínima sostienen a toda su familia: hijos y nietos. Todos, absolutamente todos son héroes sin menoscabo. Mientras se habla de los menús que un preso —injustamente encarcelado por sus ideas— tiene durante la cena de Nochebuena, hay gente que esa noche ni siquiera tenía qué llevarse a la boca. Mientras se habla de la pena inmensa —que no logro alcanzar a pensar cuán alta debe ser— que padecen las familias por la separación o por las discrepancias políticas que han derivado en discusiones y rupturas irreconciliables, hay personas que han perdido a su familia en el mar o durante un bombardeo.
Últimamente se nos pide que no olvidemos, que no normalicemos, que sigamos firmes en nuestros principios y valores, que mantengamos íntegras nuestras convicciones, que luchemos por la libertad, que defendamos la democracia plena, que salgamos a la calle y que no nos amedrantemos ni amilanemos, que no callemos las injusticias. Yo también pido lo mismo. Para todos y por todos.