8 de marzo por la tarde en la plaza de cualquier ciudad española. Miles de mujeres se congregan para manifestarse y reivindicar igualdad frente a los hombres. Pretenden así visibilizar que el cese de su actividad tiene importantes consecuencias y supone un impacto económico de enorme envergadura para el mundo. La huelga ha dado de que hablar durante días. Los dirigentes de los partidos políticos han ridiculizado, burlado o apoyado la causa. Incluso ha protagonizado esperpénticos y enrevesados episodios con los rostros femeninos más mediáticos que, finalmente, han decidido secundar la convocatoria de huelga.
19.42 h Concentrada en la plaza. La manifestación se da por finalizada entre consignas feministas y aplausos eternos. Me aparto del vocerío ensordecedor. El tumulto se remueve y se ordena para abandonar el espacio ocupado. La disolución es lenta y se producen pequeños atascos.
—¡Qué tarde se ha hecho, Mari! —comenta una señora delante de mí a otra que mira el reloj—. Me voy ya para casa, que Santi y los niños me esperan para hacer la cena, que mañana madrugan para ir al campus y tengo un cerro de plancha.
—Vale. Yo le he dicho a mi Alicia que pusiera las patatas a hervir y que yo llegaría enseguida, es muy apañada mi Ali, ya verás el año que viene cuando empiece el instituto.
Me desconcierta la conversación.
Esquivo a las dos amigas y me cuelo por un hueco a la izquierda. Dos chicas de mi edad me barran el paso.
—Tía has llegado supertarde, te has perdido el manifiesto.
—No he podido llegar antes, si hacía huelga mi jefe me cambia el turno y no puedo ir a buscar a la peque a la guardería. Me va a descontar, fijo, la hora de hoy, ya verás.
Las adelanto y me dirijo por una de las calles contiguas para evitar el colapso.
—¡Ay mi Esteban, las camisas que me trajo ayer! Toda la noche cosiendo y, claro, con estas gafas nuevas pues no veo bien y una ya no es como antes. Total, que le cosí mal el dobladillo y se fue así al taller y me llamó y todo para decírmelo. Madre, qué cabreo macabeo cuando llegó a casa.
No tenía ni idea de lo que significaba “macabeo” pero no me quedé para escuchar más. Un grupito de niñas de entre 3 y 7 años correteaba entre las piernas de las manifestantes y jugueteaba con los globos de color lila. Sonreí al pensar que sus madres las habían traído consigo para explicarles el porqué de la manifestación, preparándolas tal y como yo hago con mi hijo. ¡Cuán equivocada estaba! Resulta que “Es que Chus no se iba a quedar con las niñas” porque se ve que el tal Chus no soporta para nada jugar a pintarse las uñas.
Me puse los cascos y la música a todo volumen mientras conseguí alejarme. Me sentí ultrajada, traicionada y engañada. El 8 de marzo había sido una pantomima. El estado había vendido de nuevo el humo con una manifestación acordada, un sucedáneo de protesta, un paliativo a todo el mal infligido, un ardid pactado para contentar y amansar a esas fieras feministas, una martingala para hacernos creer, para representar un empoderamiento ilusorio, un teatro, una película de ficción bajo su yugo machista y opresor. El parón que sufrió el país, que copó las portadas de diarios y se convirtió en el tema estrella de todos los noticiarios era falaz; el caos desbordado estaba programado en un despacho. Cabe reflexionar si las huelgas negociadas en dependencias estatales tienen algún tipo de resultado. La efectividad de las huelgas radica, precisamente, de su de su naturaleza contestataria, insumisa y rebelde.
Reivindicar no pasa por el acuerdo en un despacho, pasa por no aceptar un trabajo cobrando un salario inferior a un hombre por desempeñar la misma actividad y con los mismos estudios y competencias adquiridos.
Reivindicar no pasa por cambiar el léxico, que, aunque sexista, algunas terminaciones provienen del género neutro que se perdió en el cambio lingüístico, es decir, menos “todas, compañeras, luchadoras…” para referirse a los auditorios mixtos, pasa por luchar para que los ponentes de esos auditorios sean también mujeres.
Reivindicar pasa por no tolerar “mamá, ¿qué hay de cenar?, cariño, ¿has planchado mi camisa?, mamá, ¿has lavado la ropa de entreno?, nena, ¿has llevado la americana al tinte?”.
Reivindicar pasa por no tolerar en una terraza de bar charlando con los amigos “siéntate aquí, amor, para que puedas hablar cosas de chicas”
Reivindicar pasa por no aceptar papeles cinematográficos en los que el desnudo integral de la mujer sea condición sine qua non para aparecer en el reparto.
Reivindicar paso por “estás todo el día en casa” sea considerado como un trabajo como cualquier otro.
Reivindicar pasa por denunciar el “píntate un poco, anda, que tienes mala cara”.
Reivindicar pasa por no normalizar “arréglate, mujer, que salimos de paseo, no vayas en chándal”.
Reivindicar pasa por no tener que enseñar las tetas con lemas pintados para que se nos tenga en cuenta, no nos podemos quejar de cosificarnos y después valernos de esa cosificación.
Reivindicar pasa por no aceptar comentarios de los compañeros de trabajo “qué bonitas piernas, cómo vienes hoy de sexy, madre mía lo que te hacía yo…”
Reivindicar pasa por no comprar ni consumir programas televisivos en los que se denigren a las mujeres.
Para mí, reivindicar trata de otra cosa.
No se trata de que colegas de profesión se bajen el sueldo para equiparse a mí, con carácter solidario. No, se trata de que yo no cobre una cantidad inferior por mi condición de mujer. Se trata de ganar derechos, no perderlos.
No se trata tampoco de que la custodia de los niños en una separación sea, de manera inmediata, para la madre, que no sea lo “normal”.
No se trata de que yo disfrute de tres meses de baja maternal y el padre de uno. Se trata de que los dos podamos disfrutar de educar y estar con nuestros hijos en un programa social que ayude a la conciliación familiar.
No somos iguales ni lo seremos: la igualdad es imposible en tanto que nuestras diferencias vienen estipuladas por cuestiones puramente ontológicas. No obstante, la equiparación de derechos sociales sí ha de ser igual para todo el mundo. Es una necesidad fundamental y una obligación moral. Reivindiquémonos cada día, ante cualquier conducta machista de esta sociedad, del entorno más inmediato, de cualquier agresión. Reivindiquémonos como capaces y competentes, que se nos juzgue por los actos y no por nuestra condición. Reivindiquémonos como imprescindibles, que lo somos.