Los madrileños, esos excelentes jugadores de mus, se guiñan el ojo para hacer saber que llevan treinta y una. Cuando yo juego a la brisca con mi familia de Galicia, guiñamos el ojo cuando llevamos el tres y si uno se pasa la lengua alrededor de los labios es que le ha tocado el as (acabo de revelar un secreto familiar que puede hacer que a partir de ahora perdamos muchas partidas). En el juego del truco, que me enseñó un amigo de Buenos Aires, el guiño sirve para indicar que llevan el as de bastos en esa mano. Toda la vida el juego de “polis y cacos” se mataba con un guiño.
En sí, el gesto de cerrar un solo ojo es un código comunicativo más. Como por ejemplo cuando se quiere marcar de alguna manera discreta que aquello que se está diciendo es broma. También puede denotar complicidad entre los interlocutores. Me acuerdo que una vez vino una chica al instituto que recién se estrenaba como profesora, sustituía por unas semanas al profesor de matemáticas, cuando finalizó su período de sustitución y antes de marchar, se dirigió a toda la clase y nos dijo: “Le diré a Carlos—que así se llamaba el profesor de baja— que no hemos podido hacer integrales, y que no las ponga para el examen”, y nos guiñó un ojo. Y, ciertamente, nos libramos de las integrales para ese examen.
El guiño no es algo baladí, requiere su técnica, y no todo el mundo tiene la destreza de guiñar bien los ojos. Mayoritariamente se tiene más éxito de ejecución con uno que con otro y hay algunas personas que no son capaces de guiñar ninguno de los dos. Todo esto a lo que se refiere al guiño voluntario, porque se dan casos en algunas personas, sobre todo en etapas de adolescencia, en las que experimentann un guiño involuntario que se repite de manera habitual y que suele indicar episodios de estrés o situaciones en las que se sienten desbordados. En algunos casos, incluso, puede ser indicador de síntomas relacionados con el Síndrome de Tourette.
También tiene su lectura e interpretación erótico-festiva —como prácticamente todas las cosas— y el guiño se entiende como un coqueteo y una invitación amorosa. El ser humano utiliza todo el abánico de posibilidades comunicativas para expresarse, sobre todo cuando las inertes palabras sumidas en la corrupción mediática de los sinsentidos y los “sin-significados” no proporcionan una comunicación competente y de calidad.
Los gestos no tienen un significado unívoco, depende de la interpretación subjetiva que cada persona hace de este, que además puede cambiar según su estado de ánimo, su edad, su experiencia… Hace un tiempo, una conocidísima marca de fragancias sacó al mercado un nuevo perfume. Para promocionarlo lanzaron un espot publicitario en el que un chico, que se perfumaba con la colonia en cuestión, chasqueaba los dedos y le caía un coche del cielo, le lllovían los biletes y le aparecían y desaparecían a su antojo bellas mujeres. Hay quien tachó el anuncio de machista y exigió su retirada de la televisión. No sé qué interpretación se debió de dar al chasquido de pulgar y corazón —o a lo mejor lo retiraron por publicidad engañosa, ya que te puedes romper los dedos chasqueando, que no te van a llover ni coches ni billetes—, pero el año siguiente, la marca sacó un perfume para mujer y la que chasqueaba los dedos era una chica—y se acabó el machismo. ¡Ingente tontería! Lo machista no es el chasquido de dedos, lo machista es que esa modelo/actriz haya cobrado menos por ser mujer —si se ha dado en este caso concreto, cosa que desconozco. Machista es que en el anuncio de ella lo que le llueva sean zapatos, que el chico con un chasquido haga caer su vestido, que ella convierta su anillo en un pedrusco más grande. Ahí está en machismo—y los tópicos— y no en el gesto inocuo como chasquear los dedos, que, por cierto, yo lo ejercito mucho cuando bailo sevillanas.
Que no os engañen, lo machista es que no nos dejen abortar, que cobremos menos por ser mujer, que debamos elegir entre ser madre o tener una carrera profesional, que nos tengamos que ocupar de la casa por ser mujeres— y encima aguantando sermones de que ser ama de casa no es un trabajo—, que te ocupes con exclusividad de los niños por ser mujer, que te obliguen a maquillarte o llevar falda, que te dirijan a ciertos trabajos por ser “de mujeres”, que una dirigente política, con un cargo destacado diga en público que “la Cenicienta es un ejemplo para nuestra vida por los valores que representa. Recibe los malos tratos sin rechistar”, que una delegada de gobierno declare para una revista “creo que, en general, los hombres [conducen mejor]. Siempre que ves a alguien por la carretera dudando y tal, es una mujer”, que una diputada califique de “humillante representación de la mujer” la camiseta que vestía otra diputada y que representaba los pechos femeninos en una serigrafía, que la misma diputada tache de analfabetas a las mujeres que deciden abortar, que una compañera de su partido compare el aborto con la violencia de género. Todo eso es machismo y no guiñar un ojo.
Y lo peor de todo es que muchas de estas mujeres que no dudan en llenarse la boca con la palabra “machista” son las que defienden de políticas e ideologías que fomentan actitudes y prácticas machistas y nos dejan a su merced, pervirtiendo, además de la palabra, toda la lucha en contra del machismo que se hace de verdad. Así que menos salir en bloque para condenar un supuesto guiño —porque no hay ni una sola imagen, con todas las cámaras presentes en la sala, que haya captado el gesto— para quedar bien en la foto, y más actuar en bloque contra el machismo en la vida real.