Doña Alicia.

Soy un cura catalán que hace un tiempo tuvo la osadía de pedirle que intercediera ante su gobierno para ahorrarnos algún varapalo. 

Tal como le dije en aquel escrito siento un gran respeto para usted, por la valentía con que defiende sus ideas aunque a veces la pasión política le haga salir de vereda.

Pongo un caso. Se le escapan mentirijillas como lo de la mayoría silenciosa.  Sabe usted muy bien distinguir entre miles y un millón, pero tales mentirijillas ya no nos sorprenden porque la mala bava política nos ha habituado a ellas de tal modo que ya no nos las tragamos.

Pero hay algo mucho peor, señora, usted se propuso destrozar una familia y lo hizo.  Aquello del ramo de flores con el micrófono escondido y la pobre moza despechada contando sus penas, ya es cosa que roza lo maligno.

No le hago responsable porque el ambiente de nuestra política ha perdido el sentido de lo moral hasta extremos inimaginables.

Ya le he hablado de mi oficio , creo que cualquier culpa, fuese como fuese, tiene perdón a quien lo pida.  No le pido que se humille, pero bastaría con un gesto.

Cuente señora con todo mi respeto.

 

                                               Josep M. Ballarín