Manifestació independentista
Foto: Chris Slupski (Unsplash)

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Estimado Juan,

Hace mucho tiempo, un par de años después de la muerte de Franco, escribí unos versos que expresaban la esperanza (ahora ya muerta y enterrada) de que vinieran de verdad nuevos tiempos en los que Cataluña pudiera encontrar de una vez para siempre un encaje dentro de España, con pleno respeto para su carácter nacional. La traducción al castellano del principio de mi pequeño poema decía: “Hermano de tierra adentro, / que en otra lengua, tan bella como la mía, / educas a tus hijos: / te han dicho que a mi / me daba igual qué te pasara, / te han dicho que con tu sangre / me hacía rico. / Y con cada palabra / que te decían te han mentido”. Hoy podría ampliar mucho la enumeración de las falsedades que muchos políticos españoles machacan una y otra vez en tus sufridos oídos.

En mi primera carta te citaba la impresión que parecen tener muchos españoles de que en Cataluña existe un clima de odio y de persecución latente contra todo aquello que no sea catalán mil por cien, una impresión errónea que es fruto de una campaña de desinformación sobre la situación real en Cataluña que la política española usa, faltando a su deber de informar verídicamente a su propia población.

Sería faltar a la verdad no reconocer que sí que hay algunas voces aisladas que extienden su indignación contra los gobernantes españoles a todo aquello que sea castellano. Pero, comparadas con el total de la población, su proporción es ínfima y en todo caso muy inferior a las manifestaciones de odio contra Cataluña que, por desgracia, se pueden registrar tan a menudo en España. Todos los pueblos tienen aproximadamente el mismo tanto por ciento de santos y el mismo tanto por ciento de granujas. Sería una idiotez pretender que los catalanes seamos una excepción, y por ello también es una idiotez acusar a los catalanes de sentirse superiores a los españoles. Esto es una majadería. No somos ni mejores ni peores. Somos diferentes en algunos aspectos motivados por la evolución histórica, como lo son los franceses de los lituanos, o los suecos de los griegos, Y nada más.

Y ahora permíteme que te cuente una anécdota que viví yo personalmente, y que espero te dé una idea más exacta de la manera de sentir del pueblo catalán sobre sus conciudadanos de habla castellana en Cataluña. Era en 1951 o 1952. la dictadura franquista seguía teniendo a la población dentro de su puño férreo y la inmigración española en Cataluña crecía constantemente. En Barcelona, el coro de una sociedad obrera celebraba su 50 o 75 aniversario (ya no lo recuerdo exactamente) y dio un concierto conjunto con el Orfeó Català, el gran coro del que entonces yo era miembro. En la media parte, hubo los discursitos de rigor y el presidente de la coral celebrante dijo entre otras cosas (y lo he recordado siempre!) : “Hay en nuestra tierra algunas voces, pocas, por fortuna, que hablando de la buena gente que llega a Cataluña, dicen que se vuelvan a su tierra, que aquí no les necesita nadie. Amigos: ¡qué poco cristiano es eso! ¡Y que poco catalán! ¡No! Si en su tierra no pueden dar pan a sus hijos y aquí sí, ¡beinvenidos sean! Si no han encontrado otra salida de la miseria que venir a probar suerte y si, hombro con hombro con nosotros pueden contribuir a hacer nuestra tierra más próspera y mejor para todos, ¡bienvenidos sean!” Y aquí hubo de terminar su discurso, porque las cerca de mil personas del público lo interrumpió con un aplauso largo y cerrado.

Imagínate, Juan, lo que ello significaba: la gente de un pueblo atenazado económica y culturalmente por una dictadura nacional-fascista, con heridas físicas y anímicas aún abiertas, demostraba con aquel aplauso cómo sabía diferenciar sus verdugos de ti, Juan, y de tu gente del pueblo que no tenía ni voz ni voto en los agravios que nuestra gente sufría.

Y la convivencia funcionó y sigue funcionando a pesar del veneno que esparcen los que con sus falsedades pretender conservar sus prebendas y privilegios, o lo que ellos consideran “la grandeza de España”, que no tiene nada que ver con la real.

Ahora te dicen también que la separación sería una catástrofe tanto para Cataluña como para España. Pues no. Para Cataluña es ahora ya una catástrofe seguir dentro de España. Salir no podría ser peor de ninguna manera. ¿Y para España? Juan, tu país tiene suficientes recursos y suficiente gente bien preparada como para poder ser un país normal y de éxito sin Cataluña. La diferencia sería que vuestros dirigentes habrían de aprender a no dilapidar vuestro dinero (ahora el vuestro y el nuestro) en empresas faraónicas de aparente prestigio y de consecuencias económicas catastróficas. Habrían de aprender a no hinchar o duplicar las administraciones públicas para colocar al amigo, al sobrino o al cuñado, o para alcanzar efímeros éxitos electorales a costa del bolsillo y del sudor de todos vosotros. Y habrían de aprender a deciros la verdad, que a menudo sería para ellos muy desagradable.

Amigo Juan, no quiero abusar de tu paciencia. Pero quizá estas cartas mías te hagan reflexionar. Una Cataluña independiente no será ningún país enemigo de España, cerrado a cal y canto. Será un país próspero, abierto a una colaboración real con el vuestro, que pueda ayudar a la prosperidad real de ambos países. Y quien te diga otra cosa, miente. Así de claro.

Y cierro esta carta, como las otras. Con los mejores deseos de concordia entre nuestros pueblos.

Pere Grau

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