No es de cobardes hender la cuchilla en la piel, atravesar la epidermis, desgarrar la dermis y sentir la sangre fluyendo por el antebrazo.

No es de cobardes saltar a las vías de un tren, tomar impulso, impactar con la carrocería y capolar bajo el metal de las ruedas.

No es de cobardes volcar el tubo de ansiolíticos dentro de la boca y engullirlos con un buen chorro de alcohol, quemando la garganta y descomponiéndose en el estómago.

No es de cobardes anudar una soga alrededor del cuello y oprimir la yugular mientras las extremidades cuelgan suspendidas en el aire.

No es de cobardes apretar el gatillo de un revolver sobre la sien y vaciar el cargador, estallando los huesos y tejidos.

Lo que sí es de cobardes es la censura, el encubrimiento, el silencio y la negación.

Según el último informe de la OMS, fechado el 31 de enero de 2018, se ejecuta un suicidio en el mundo cada 40 segundos. El primer informe sobre el suicidio por parte de la Organización Mundial de la Salud fue en 2014 con el título Prevención del suicidio: un imperativo legal, en el que se identificaba el problema por primera vez como enfermedad pública mundial a tener en cuenta. A pesar de convertirse en un objetivo primordial desde entonces, en 2016, el suicidio se convirtió en la segunda causa principal de muerte en personas entre los 15 y los 35 años. El actual plan de acción mental (2013-2020) compromete a los estados miembros a reducir las tasas nacionales de suicidio en un 10%.

El tabú que envuelve al suicidio viene determinado en parte por el legado religioso. Las religiones de origen abrahámico tachan el acto de quitarse la vida como pecado mortal—valga la redundancia—. En algunas culturas, como la japonesa, esta práctica no solo se respeta sino que en ocasiones se glorifica. En cuanto a responsabilidades civiles, en la mayoría de los países europeos se ha descriminalizado el suicidio, aunque pueden derivarse algunos problemas para aquellos que lo intentan sin culminación del acto o para los participantes del mismo en casos de suicidio asistido. Las contingencias legales para la muerte asistida varían según la casuística singular de los sujetos. En el mundo musulmán, contrariamente, sí se considera delito, dada la santidad de la vida, un don divino.

Aunque la mayoría de suicidios se perpetran en el hogar, existen lugares escogidos para este fin. Destacan por su elevado número el metro de Londres, el puente Nusle de Praga, el cabo Beachy de Easburne, el salto de Tequendama en Colombia, las cataratas del Niágara, el puente Golden Gate de San Francisco o el puente de Nankin sobre el río Yangtsé, que es el lugar con el  mayor número de suicidios del mundo.

Suicidium, voz latina, sui que significa si mismo y el morfema derivativo -cidium que proviene de la raíz caedĕre, matar. El DLE lo define como “acción y efecto de suicidarse”, “acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza”; suicidarse es el “acto de quitarse deliberadamente la propia vida”.

En cuanto al diagnóstico, pueden establecerse coincidencias o factores que se puedan asociar con el suicidio como la depresión, trastornos de personalidad, conductas o situaciones de adicción, enfermedades crónicas que causen dolor, episodios vitales estresantes o complejos, desarraigo social, la soledad… pero muchos de los suicidios que se producen no tienen relación alguna con estos factores. Las causas son innumerables y tan diversas que hacen de su detección una tarea extremadamente difícil. Menoscabar los motivos por los que alguien decide poner fin a su vida son señal inequívoco de la incomprensión que este hecho provoca.

Por cada suicidio llevado a cabo, se triplican las tentativas de este, convirtiéndose en el factor de riesgo más importante. Muchos de los métodos de prevención y control antisuicidas son totalmente inanes. En conjunto se dedican en restringir el acceso a los medios de ejecución como pudieran ser el suministro de medicamentos, o la facilidad de adquisición de armas letales. Sin embargo, está demostrado que acciones de cariz informativo, aplicación de políticas sociales inclusivas, identificación y evaluaciones sanitarias continuadas, una buena atención socio-sanitaria, programas de ayuda… tienen un mejor resultado en cuanto a la disminución del número de tentativas y de suicidios.

La falta de sensibilización con el suicidio es un obstáculo a la hora de analizar la situación de manera abierta. La detección, el análisis y la evaluación correctos solo son posibles si la sociedad supera el tabú que se cierne sobre el tema e invierte en métodos preventivos eficaces basados en proyectos de educación. Una persona que tiene actitudes o pensamientos suicidas lo que quiere es que se le pregunte, quiere sentirse apoyada. Darle la espalda o acusarla de querer llamar la atención no hace sino que agravar el problema, hay que deshacer el tabú y poder preguntar libremente si esa persona siente deseos de quitarse la vida. Jamás se debe juzgar u opinar “es una locura”, “qué exageración”, “por esto no vale la pena”; el suicidio es el resultado de un profundo sufrimiento emocional interno que el prójimo no atisba a comprender, se trata de ayudar a esa persona, se trata de salvar una vida y con comentarios de ese tipo solo se contribuye a aumentar el dolor del individuo.

No existe respuesta mágica que disipe los pensamientos suicidas de nadie, pero está en nuestra mano hacer todo lo posible por paliar el dolor de aquella persona que se encuentre en tal eventualidad. Extiende tu mano, da tu hombro para llorar, regala unas palabras amables y sabe que has hecho todo lo posible, aunque se consume el acto suicida.  No hay que olvidar las palabras de Arthur Shopenhauer, “el suicidio, lejos de negar la voluntad, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. No hay nada en el mundo a que más indiscutible derecho tenga el hombre que a disponer de su propia vida y persona.”